lunes, 27 de agosto de 2007

Esquizofrenia

Parecía un cuadro de Rembrandt. Un claroscuro letal. Él fabricaba un mejunje de sueños con forma de cigarro y ella leía a Balzac asomada en penumbra. Un día como hoy, exactamente como hoy; hace diez años, se conocieron en un antro oscuro repleto de cucarachas y miradas perdidas en vasos de cristal. Ella hizo un príncipe azul de la primera rana que predijo su nombre, y él sólo trataba de controlar sus variopintos instintos sexuales. El fracaso estrepitoso surgía en la luz.

- ¿Follamos?
- Qué te den

Entre calada y calada pensó en violarla. Demasiado obstinado. El gato de la vecina maullaría nostálgico; la mujer de la gabardina gris correría a la cabina telefónica y llamaría a la policía. Llegarían en menos de cinco minutos. Se levantó a por un vaso de agua polar. En el balcón, las flores se habían derretido. El suelo estaba lleno de heroína. El pasillo se convirtió en un tablero de ajedrez isotrópico.

Volvió a la habitación. La sangre se agolpaba como una constelación de estrellas en un diagrama de Grant. Un gusano fluorescente anidaba en el colosal agujero negro que surgía de la cabeza asimétrica de su esposa. El libro estaba manchado de sangre violeta. Lo cogió. Una mariposa con cuatro alas extravagantes trepaba por cada una de las palabras. La muerta se levantó de su letargo un segundo y susurró que cada suicidio es un sublime poema de melancolía.

- ¡Estúpida zorra!