jueves, 2 de agosto de 2007

Capítulo último: Dos

El médico colgó el teléfono. Volvió a sentarse. Comenzó a hablar, pero Armando, aunque se esforzaba más que nunca en escucharle, no oía nada. Cuando aquel monigote con bata blanca y calva adosada se quedó inmóvil, Armando escuchó su voz:

-Hay un problema con el fármaco que te suministramos para dormir. Te provoca alucinaciones.

Entró la simpática enfermera rompiendo el aire con ondulaciones de todo tipo. Dejaba tras ella ese halo de luz que Armando vio en el misterioso pasillo. Pronunciaba una serie de palabras no repetidas. Armando tampoco las escuchó. De repente, aquella habitación geriátrica y ruinosa, se tornó en un barroco grisáceo con tintes de onomatopeya.

Armando estaba sentado en el pasillo oscuro de la casa de Lucía. Como en los sueños baratos en un motel de lujo, no sabía que le pasaba ni cuál de las realidades era real. De nuevo, delante de él, permanecía estático ese monstruo endeble con forma de mujer. Era la enfermera, o se le parecía mucho.

-¿Quién eres?-preguntó asustado

Era lo único que deseaba saber en ese preciso instante, pero no respondió. Suspiró por cualquier tipo de respuesta, incluso la más insatisfactoria. Avanzó tras ella. Era diáfana. Se giró. Ya no estaba. El pasillo se convertía a cada paso en algo más estrecho. El secreto estaba cerca. Lo encontró. Doscientas veintidós palabras.