viernes, 10 de agosto de 2007

Audrey

A veces, cuando no puedo dormir, cuento Audreys. Una Audrey, dos Audreys, tres Audreys.

Imaginad. Estoy abrigado entre las sábanas, protegido de cualquiera de mis miedos inexistentes. Cierro los ojos. Intento dormir. Parece que sin narcóticos será tarea difícil. Cambio de postura, a ver si hay suerte. Pero nada, que no hay manera. Transcurrido cierto tiempo, me voy adormilando, como un zombi hipnotizado que intenta suicidarse. Entonces, repaso angustiado intrascendentes asuntos éticos de mi vida cotidiana (cosas de mi conciencia, que se despierta mientras el sueño anestesia mi cerebro).

Empiezo a contar. Una Audrey, dos Audreys, tres Audreys. Mil y una Audreys se proyectan en un caleidoscopio de arena.


Sé que sigo despierto, pero no recuerdo cómo era mi habitación. Tengo la tentación de abrir los ojos, y  entonces me sostiene con delicadeza las manos. Ahora también veo estrellas fugaces que se desvanecen en sus ojos.

-Viens. Enfuis-toi avec moi

Y yo no puedo decirle que no. Cuando me levanto, memorizo vagamente cada uno de los extraños acontecimientos, pero siempre se esfuman, como cuando en las noches amargas el amor se extingue en las mariposas del deseo.