lunes, 9 de julio de 2007

Capítulo tercero: El sospechoso

La taberna es un lugar angosto, ahogado, un hormiguero clandestino sin luz, con el único adorno de cientos de motas de polvo que surcan el aire. Tres sillas rotas observan desde un rincón de la estancia las mesas ordenadas de manera extravagante y macabra. Detrás de la barra, limpia unas jarras un hombre bonachón, ingenuo y confiado; como el típico idiota al que le destrozan el corazón sin batirse en duelo. Dos efigies se alzan no muy alejadas; Antonio, un mendigo zozobrado en pensamientos desastrosos y Julián, un periodista fracasado, inmune a los desprecios más variados; nihilista, existencialista frustrado y fumador empedernido.

BORRACHO: ¡Cráneo previlegiado!
TABERNERO: ¿Otra vez trompa, Antonio?
JULIÁN: Paco, enciende la televisión. Ahora echan las noticias. Quiero saber que dicen de la muerte de Claudia.
TABERNERO: Nunca puedo decirte que no, Julián.
JULIÁN: Mantengo que se suicidó, una adorable muchacha que creía en la mentira más antigua de la historia. Pero por desgracia a la sociedad le gusta engañarse. Siempre tenemos que buscarle un culpable a todo.
TABERNERO: ¡Que no hombre! Si la policía busca un asesino será porque todas las pistas llevan a Roma.
JULIÁN: Con todo y desde siempre, le atribuimos a otro nuestro propio fracaso; y al final nos refugiamos en la idea más fácil. ¿La culpa? La culpa siempre la tiene alguien.
TABERNERO: Qué no, qué no. Siempre le tienes que sacar los ojos al gato
JULIÁN: A cierta edad, un poco por amor propio, otro poco por picardía, las cosas que más deseamos son las que fingimos no desear.

Sentados en una mesa tomando café amargo, alejados de los demás, cuchichean Lucía y Armando. Lucía es la hija del tabernero, embaucadora, hermosa, uno de esos bichos que ponen cara de cordero degollado cuando en realidad son verdugos con una frialdad envidiable. Armando no puede evitar escuchar distraído la conversación entre el tabernero y el poeta desengañado.

LUCÍA: Armando, ¿me escuchas?
ARMANDO: Sí, sí.

Entran dos policías. El primero, bajito, rechoncho y rollizo, con un bigote flácido a juego con la barriga y el uniforme. El otro, un poco más alto, parece un árbol caduco, serio, severo, áspero; un idiota que luce su patético escalafón de oficial.

POLICÍA RECHONCHO: Buscamos a Antonio Chacón
TABERNERO: Sí, está ahí
OFICIAL: Queda detenido por el asesinato de Claudia Martínez

El policía corpulento coloca las esposas al mendigo, con un deleite repugnante acompasado con la ligera oscilación de sus enormes mofletes.

POLICÍA RECHONCHO: Y después de cumplir el deber tomemos una cervecita.
OFICIAL: Más que nunca merecida está.
BORRACHO: ¡Cráneo previlegiado!