viernes, 20 de julio de 2007

Capítulo penúltimo: Blanco

Blanco. Blancas paredes, muebles blancos, blanco aroma. Blanco. Armando estaba asustado. Estaba tumbado de tal manera que cada uno de sus movimientos parecían los de un autómata distraído. Deslizó frágilmente la mano hasta alcanzar un extraño trozo de papel. “Paciente doscientos veintidós”-murmuró atónito. Aquel número le dio escalofríos. Estaba en un hospital, o eso parecía, pese a que sus córneas intentaran engañarle.

Cerró los ojos. Intentó incorporarse en varias ocasiones, pero no desplazó ni un sólo ápice de sus músculos corroídos. Deseaba que Lucía estuviera allí sentada, junto a él; y que le perdonara por no hacerle caso. Pero ella no apareció. Se durmió sin darse cuenta y dos horas más tarde, cuando recobró la consciencia, se sentía vigoroso y enérgico, como si algún sanador ilegítimo que obra milagros indecentes le hubiera dicho “Levántate y anda”.

El blanco pomo de la puerta blanca estaba girando. Alguien entró. Era ella, aquella luz del pasillo, aquella figura extraña que ahora lucía cara y nombre en una pequeña placa metálica de su bata blanca.

-Ya estás despierto- dijo con voz dulce -El nuevo doctor te espera

Parecía que aquella simpática enfermera ya conocía a Armando. Aquello le atrapó en los charcos del misterio. Lo más probable es que no fuera el ente extraño del pasillo, pero en su estómago una sensación amarga le indicaba lo contrario. Sabía que era ella. Pero, ¿qué hacía en el pasillo de la casa de Lucía una honrada enfermera? No se atrevió a preguntárselo, quería parecer una persona cuerda.

Caminaron juntos, en un amargo silencio compartido, hasta el despacho del doctor. Entró solo. Aquello era una jaula de juguetes inservibles, como cualquier despacho de un médico corriente. Un estetoscopio por aquí, un millón y medio de libros que decoran inútilmente la estantería y diplomas viejos que nadie lee aunque acrediten su profesión.

-Siéntate, Armando.

Se sentó. Estaba expectante. Quería saber que le había pasado. Se acomodó sin suerte en una lujosa silla acolchada, un capricho más de la vanidad estéril.

- ¿Desde cuándo no te drogas?
- Pues…Dos meses y dos días – respondió sorprendido ante la pregunta tan agresiva formulada por el doctor.
-Empezaste como todos supongo
-No, bueno en realidad no. Fue mi fracaso en los años de carrera. Los años pasaban pero yo me quedé estancado…
-Y caíste en la desesperación –concluyó el doctor
-Sí
-Qué lástima que no podamos ser lo que queremos ser sino lo que somos, ¿no crees?- hizo una breve pausa que aprovechó para beber café de su taza blanca- ¿Qué tal tu rehabilitación?
-Bien, mejor desde que puedo estar en casa
-¿En casa?- preguntó desconcertado
-Sí, en casa
-Perdona un momento.

El doctor se levantó y dirigió su mano hacia un teléfono blanco. Lo descolgó, y caminó decidido hacia la esquina de la habitación. Armando estaba expectante, asustado por la inusual reacción del médico. Miró absorto el contenido de un folio blanco que descansaba encima de la mesa. Nada. Sólo palabras blancas lo ocupaban por completo.